Nos
preguntamos sobre la posibilidad de sostener un proyecto de lucha
permanente en ámbitos marginales de la sociedad, en instituciones
definidas por la violencia y el maltrato. Alfredo Moffatt revela los
hechos de su historia que le abrieron el camino hacia la indagación de
lo segregado desde la cultura del poder. Fundador de la ya mítica Peña
Carlos Gardel, en el hospital Borda, en la década del sesenta, el
Bancadero, la Cooperativa Esperanza, el Bancapibes y otros espacios alternativos. Dirige hoy la Escuela
de Psicología Nacional, es autor de “Psicoterapia del oprimido” y
“Terapia de Crisis” y guarda en el pasado su título de arquitecto.
Mis
vinculaciones con la estética marginal comenzaron desde mi infancia.
Ya de niño sentía una fascinación por estos temas. Recuerdo que, pese al
enojo de mi familia, solía irme a conversar con los linyeras bajo los
puentes, a escuchar historias, relatos del campo.
Recuerdo también
los carnavales, eran una experiencia fascinante. Una semana en la que
todo el país hacía psicodrama. Las mujeres eran todas putas, los hombres
travestis, el miedoso era un herido, el que era medio esquizofrénico
era una momia, el infantil un bebé, el histérico el zorro o la hawaiana.
Todos entraban a formar parte de este juego.
Cuando me acerqué a
las Villas Miseria, por los años 60, sentía entrar en un mundo mágico,
me atraían los personajes que encontraba, tan definidos, fuertes, había
cierta autenticidad en lo directo de su forma de ser, de expresarse.
Además me hallaba frente a la posibilidad del sexo, la violencia, es
decir, todo aquello negado por mi familia que, al ser de origen
europeo, clase media, prolija, suele encubrir sus contradicciones. Me
metía en lugares muy bravos pero siempre conservé el pellejo intacto.
Siempre fui con mucho cuidado, con el sentido del peligro y actuando con
espontaneidad, esto hace muy difícil que te dañen.
En mi mundo
infantil, uno de los chicos que más aparecía era Tomy, uno de mis dos
primos hermanos. Era un chico un poco nervioso, suave, muy buenito. A
los 20 años se volvió loco. Tuvo una esquizofrenia galopante y a raíz de
ésto empecé a tomar contacto con la locura en forma directa, ya que
desde los 15 años había leído acerca de esta temática. Siempre me
interesó indagar acerca de lo que tiene la gente en la cabeza, el tema
de la existencia, el pasado, el futuro.
Antes de llegar al
hospicio yo estaba atravesado por el pensamiento de vanguardia
irracionalista, el expresionismo alemán, los autores malditos, el
surrealismo francés, la vanguardia americana. Desde la facultad de
arquitectura obtuve una formación clásica excelente. En esa época
pensaba que me dedicaría a ser pintor, como Brueghel, estaba
influenciado por la Bauhaus, Paul Klee, todo el movimiento alemán con
toda esa fuerza que tenían.
Creo que mi dedicación a los pobres y a
los locos como pensador de métodos para el esclarecimiento de estas
problemáticas responde a otra cosa, que es la búsqueda de cierto placer
que encuentro cuando estoy inmerso en esos espacios marginales. Todo mi
trabajo y elaboración son el precio que pago para poder sentir aquello.
Toda esa escatología de la pobreza, el caos, lo primitivo, lo
intensamente emocional, lo dramático. El marginal es todo eso. Vive en
espacios donde el sexo, la violencia, la locura, la muerte, son
elementos que circulan y tienen su fenomenología en lo arrabalero, lo
criollo, el tango. Descubrí a los Evangelios, el Martín Fierro y el
tango como a las tres formas de folklore popular. Mundos de linyeras,
mendigos, como Jesús que era un marginal de primera línea, con todos
esos lúmpenes que lo seguían; Martín Fierro, con los sargentos Cruz y
los indios, también eran un lumpenaje de la pesada. Los tangos, con la
temática de la desgracia melancólica y los conventillos. En la miseria
se amasa mucha poesía.
Por el año 1961/62, visitaba a mi primo una
o dos veces por semana en el Borda, donde había sido internado después
de su brote esquizofrénico. Allí comencé a fascinarme por los hospicios.
Lo que me producía estar allí era también ese cierto placer erótico por
los personajes que encontraba y las situaciones que se creaban.
En
esos tiempos comencé a observar la capacidad de reparación que tenían
algunos sectores marginados y comencé a realizar un corrimiento de toda
esa poética anterior hacia la psiquiatría popular. Me fui transformando
en útil, pasé de poeta a médico que, en realidad, es lo que siempre
quise ser: psiquiatra. Además, porque de esta manera, con esta práctica
concreta, encontraba resonancia en el afuera, tenía un reconocimiento
que anteriormente no lograba desde la posición poética que, sin embargo,
algunas veces extraño mucho.
En el Borda hice una empresa
constructora con los locos. Construimos la plaza del hospital, que está
frente a la cocina donde anteriormente había un baldío que se usaba para
arrojar la basura. Plantamos árboles, pusimos el escenario. Hicimos un
audiovisual de esta experiencia que fue pasado por toda América.
Después
estuve trabajando en el Hospital Estévez y en el Moyano. Siempre con
las bases. Estas experiencias me valieron que Fiasché me llevara a
Estados Unidos para trabajar con los pobres de Nueva York durante un
año. Regresé con una concepción más clara acerca de lo que es la cultura
nacional, porque esto se puede saber, comprender, cuando se está
afuera. Vine con una posición más nacionalista y popular y comencé con
la “Peña Carlos Gardel” que fue realmente heroica, hermosa. Hacíamos
teatro con el “Conjunto de las ánimas”, eran los fantasmas del alma.
Estaba representado un Juan Moreira pero con un argumento arquetípico
que se completaba con contenidos inmediatos; le hacían electroshock, lo
internaban en el hospicio, lo corría la milicada y los locos lo
protegían.
En esa época me corrí ideológicamente hacia la
corriente de la “sociología de la revolución”, que organizó la posición
tercermundista. Consistía en organizar el pensamiento a partir de dar
vuelta los argumentos a partir de la percepción de un fenómeno.
En
la Peña estuvieron Pichon Riviére, Dicky Grimson, Armando Bauleo.
También pasaron Franco Basaglia y David Cooper, quienes tuvieron una
posición crítica, a diferencia de los primeros, ya que cuestionaban que
la experiencia no estuviera bajo ninguna bandera revolucionaria de
aquellos años. Pero, a nosotros no nos importaba lo que ellos opinaban
de nuestra experiencia, ya que era una crítica de personas que nada
tenían que ver con el contexto argentino y venían de afuera a observar
sin trabajar junto a nosotros.
Después vino la época del proceso,
me quedé en la Argentina calladito, debajo de una baldosa. Trabajé por
todo Brasil supervisando los hospitales psiquiátricos y comencé a
desarrollar la “terapia de crisis”, analizando los momentos de
desesperación de la desestructuración de la realidad. De nuevo el tema
de la locura pero más técnicamente desarrollado, desde la intimidad de
las desorganizaciones psíquicas. Desarrollé el tema de la conciencia
vacía y, toda la soledad que me metió el proceso me permitió descubrir
el “no tiempo”, la paralización del tiempo, el tiempo congelado, que es
lo más temido para el psiquismo, ya que en ese tiempo se desaparece.
Toda la cultura está organizada para poder construir el tiempo y el
hospicio es una fábrica de tiempo. Los locos se lo pasan “matando el
tiempo”, “fumando para matar el tiempo”. Tienen una imposibilidad de
estructurarlo ya que esto se logra con el amor y el trabajo, elementos
que, obviamente, ellos no tienen en su encierro. Tampoco tienen un
espacio de identidad, de lo personal, todo es público, no hay puertas en
los baños, no están nunca “adentro” o “afuera”, siempre vigilados. Por
este motivo los locos se tiran una frazada encima, aún en verano, para
poder tener allí un espacio propio, íntimo.
Mi primo Tomy fue mi
maestro en el tema de la esquizofrenia, él tenía un delirio muy rico.
Estuve 10 años acompañándolo y convivimos durante un mes. Hacía cosas
como poner betún en el teléfono para evitar que lo “teletransporten”
cuando contestaba las llamadas, ya que, al hacerlo, lo “chupaban por el
tubo”. También decía que hacían buseca con carne de hipopótamo. Me
llevaba a ver una “YPF” en construcción al lado del zoológico. Señalaba
el pozo hecho para el tanque de nafta y decía que, en realidad, lo
continuaban por debajo del zoológico, hasta la jaula del hipopótamo. De
noche abrían la compuerta, lo carneaban en pedacitos, mandaban buseca a
los restaurantes, hacían guisos, la gente los comía y se
“hipopotamizaban”.
En el hospital Estévez trabajé yo solo con 200
pacientes, les hacía bailar cumbia con una pandereta. Yo salía de allí y
tenía que ir a Lavalle a ver una película violenta para descargar toda
la bronca que me generaba ver tanta violencia, tanto maltrato, tanta
injusticia. Después comencé a formar equipos de trabajo y esto cambió,
ya que las ansiedades se compartían, se elaboraban con otros, había más
gratificación, tenía la posibilidad de estar sostenido por un grupo.
Los
hospicios existen, no cabe ninguna duda. La injusticia existe. Hay que
modificarlos, porque todo loco tiene derecho a vivir gozando. No tienen
porqué comer mal, ni estar encerrados, ni no gozar del sexo, de la
privacidad, de la vestimenta adecuada a toda persona humana. Y para
modificarlos, para que las experiencias alternativas tengan efecto, hay
que trabajar en la profundización de las contradicciones y siempre dar
un paso más cuando se logra ocupar un espacio determinado, para que la
institución no metabolice la experiencia y la hagan parte del mismo
sistema que se quiere cambiar, para que continúe siendo algo al margen
de la práctica oficial. Hay que estar en permanente movimiento, siempre
con una negociación de fuerzas.
Trabajar, además, desde las
psicoterapias que sean producto de la propia cultura. La única cura es
la psicoterapia que reinserte al sujeto en la misma organización de la
cultura de la cual emergió. Y esto no puede ser llevado a cabo con
paradigmas descubiertos por un europeo en Europa. Hay que percibir la
realidad y hacer teoría, desde el material crudo de campo. Es necesario
tener una psicoterapia que tenga que ver con nuestro tiempo propio.
Existen problemáticas diferentes que hay que trabajar. Escuchar la
música que sale de nuestros hospicios, cárceles, villas, lugares que no
están colonizados por la dominación de turno. Este país se va a salvar
en la medida en que surjan los reflujos de abajo, de las bases. Cuando
aparezca otra vez la historia de esta tierra que es riquísima.
En
estos tiempos no se puede hablar de cultura nacional, popular. Es parte
de la crisis, que es un ácido nítrico que lo disuelve todo. Frente a
esto, no hay más que esperar que pase y, cuando termine, viene el tiempo
de la planificación para el cambio. En la Argentina no hay pensamiento
propio. Hay un enterarse de cómo piensan otros. Pensar es: percibir y
elaborar. Si todo el sistema está en crisis y la trama de sostén
cotidiano se encuentra destruída, hay que repensarlo. Y si se repiensa
la realidad, hay que repensar la psicoterapia, que es el instrumento que
permite que, los que se cayeron de la trama de la realidad, reingresen a
ella.